En los años sesenta, un puñado de fotógrafos comenzaron a utilizar una técnica fotográfica que cincuenta años después vuelve a estar plenamente vigente, el proceso cruzado.
El planteamiento inicial es sencillo; coger un carrete, hacer fotos y revelarlo con un químico diferente al que le corresponde. En su versión más habitual consiste en revelar un carrete de diapositivas con el químico adecuado para un negativo color. El resultado es bastante impredecible y variable en función de la combinación de película y revelador utilizado, pero por lo general las imágenes resultantes están muy saturadas y contrastadas.
El proceso, en su versión más auténtica, se ha puesto de moda gracias a la lomografía y como casi todo en estos tiempos tiene su clon «digital». Gracias a aplicaciones como Instagram, podemos acercarnos al proceso cruzado con dos toques en la pantalla de nuestro móvil.
Yo me quedo a medio camino entre estos dos extremos, utilizo una cámara y «revelo» las imágenes digitales con Photoshop. El resultado no tiene la mágia del proceso químico, pero aún así me da alguna que otra alegría. Como ejemplo, esta foto de unos amigos tomada en medio de una sesión de fotos que hice para la portada del último disco de los feedbacks.